Desde ayer por la tarde decidí que voy a hacer fotografía profesional pospandémica en Madrid. A partir de hoy mismo. El detonante ha sido un presupuesto que me pidieron el domingo. Y el desarrollo posterior que fue tomando la respuesta a éste.
Se trataba de un presupuesto de retoque y restauración de unas pocas fotografías antiguas. Bueno, no demasiado antiguas… Al menos para mí, que ya tenía uso de razón en los años ochenta del siglo pasado. Todavía no era fotógrafo profesional, pero había empezado a dar los primeros pasos para serlo.
Una aburrida tarde de domingo puede conducir a la nostalgia. A revisar álbumes de fotografías antiguas y pensar que estaría bien que un fotógrafo profesional se dedicara a arreglar esas fotos tan bonitas que tienen algún que otro fallo. Como algunas que están desenfocadas; otras que tienen algún fallo de iluminación; esotras en las que hay algún objeto tapando facciones de las personas que aparecen en ellas. Porque para eso están los fotógrafos profesionales: para hacer milagros; de toda la vida… Más desde que existen esas poderosas herramientas de retoque que muchos conocemos, aunque otros no sepan que no llegan a hacer milagros. Porque así tiene que ser un buen fotógrafo del siglo XXI, como se da por hecho que es el de bodas (bueno, bonito y barato).
Nada más leer la petición de arreglo me entraron ganas de contestar que ese tipo de fallos no merece la pena arreglarlos. Pero me contuve y traté de ser educado y optimista, pensando que quizá mereciera la pena explicar ciertas cosas y, viendo las fotografías, tal vez mereciera la pena realizar el retoque o restauración. Si no, el cliente se preguntaría qué clase de fotógrafo profesional era yo. Llevaba algún tiempo pensándolo, pero todavía no me había decidido a hacer fotografía pospandémica pura y dura. Radical
Así que expliqué que, quizá las fotos desenfocadas no se pudieran salvar, que habría que evaluar si los demás arreglos mejorarían la original o merecería la pena hacerlos; para saber lo anterior necesitaba ver físicamente las fotografías para calcular el tiempo que tardaría en mejorarlas y lo que cobraría. A lo que el cliente me preguntó dónde estaba la tienda y qué horario tenía, para llevármelas.
Mi respuesta
No le contesté que, de alguna forma, hago fotografía pospandémica desde 2008, porque no sé si lo hubiera entendido. Así que le expliqué que mi tienda era fundamentalmente virtual; que el estudio para los books lo elijo según las necesidades del espacio que requiero en cada caso; que para los reportajes no necesito tienda; y que para las entregas y consultas las atiendo en mi pequeña oficina, en los domicilios de los clientes o en cafeterías o lugares públicos.
Además, le dije las zonas por donde iba a estar trabajando durante la semana por si le venía bien quedar por allí. Todavía estoy esperando su respuesta.
Parece mentira a estas alturas del siglo XXI. Después de lo sucedido durante el confinamiento, en el que muchas personas llamaban a empresas deslocalizadas de entrega de comida y de todo de tipo de compras por Internet. No tiene sentido el concepto clásico de que el fotógrafo profesional ha de tener tienda o estudio propio donde ha de permanecer inmóvil durante todo el día para atender a los posibles clientes.
Llevo teniendo tienda virtual desde 2008. No me había pasado nunca nada así. Por eso he decidido que, a partir de ahora, sólo haré fotografía pospamdémica. Lo que significa no solo que voy a seguir con mi tienda virtual, sino que dejo definitivamente de hacer retoques y restauraciones al menudeo. Algo propio de la tienda y del fotógrafo profesional del siglo pasado o de los primeros años de éste. El futuro es el de la fotografía pospandémica .