“Todos somos fotógrafos” es una sentencia que se ha instalado en la memoria colectiva desde hace algunos años. Concretamente, poco después de que se extendiera el uso de las cámaras digitales a toda la población. Quizá agudizado con la incorporación de cámaras a los teléfonos móviles.
Entonces, ¿no hay ninguna diferencia entre un fotógrafo profesional y otro aficionado? ¿Qué cualidades tienen que tener las imágenes para que se consideren que están hechas por un fotógrafo? Si todos somos fotógrafos, ¿tiene sentido que a algunos se les considere fotógrafos profesionales? Porque, si a menudo se le encargan trabajos fotográficos, remunerados o no, a personas que no se ganan la vida como fotógrafo, ¿debe desaparecer el término fotógrafo profesional? ¿O quizá la tecnología digital y los usos sociales de las imágenes han hecho variar el significado de ese término?
En caso de que tenga sentido el seguir hablando de fotógrafo profesional, ¿tiene futuro el poder seguir ganándose la vida con esta actividad si todos somos fotógrafos? O quizá sea que todos los fotógrafos que hay en el mundo ya no hacen fotografías cuando capturan imágenes, como dice Joan Fontcuberta; que ya no existe la fotografía, sino la posfotografía. Entonces, dentro de ésta, ¿habría que diferenciar distintos tipos de fotógrafos, entre otras la de profesionales, o pertenecerían todos a la misma categoría?
¿Todos somos fotógrafos de la misma manera que todos somos pintores de brocha gorda? Porque, quien más o quien menos, cuando andaba mal de dinero, ha comprado una bolsa de temple, ha cogido una brocha y ha pintado alguna habitación de su casa.
El futuro de los fotógrafos
¿Es ese el futuro de la fotografía o estamos en un periodo de transición y de redefinición de las profesiones? Lo que parece claro es que nada volverá a ser como antes de la revolución digital en el mundo de la fotografía en general y en de la profesional en particular.