Para hacer publicidad de un producto generalmente se buscan imágenes hermosas, perfectas; aunque otra opción es la de utilizar fotografías impactantes de producto.
¿De qué sirve iluminar puntillosamente un bodegón, disponer de forma casi milimétrica los elementos que aparecen para que la composición esté equilibrada o utilizar un brazo para elevar la cámara y conseguir un picado si el resultado final resulta indiferente o no llama la atención por recordar a muchas otras imágenes ya vistas anteriormente.
Lo que parece claro es que lo peor que se puede hacer en la fotografía de producto es que ésta no llame la atención de quienes la vean, de quienes tienen que comprar el producto.
En el mundo de hoy estamos tan inundados por imágenes que muchas veces pasamos por alto muchas fotografías porque nos dejan indiferentes a simple vista, aunque sus cualidades técnicas sean fabulosas. Las fotografías impactantes de producto cumplen a la perfección con su cometido. A veces los anunciantes prefieren que las imágenes carezcan de perfección técnica si tienen fuerza visual que atrape al consumidor. La perfección académica se estudia, sin embargo la fuerza visual se consigue o no.
En una fotografía de un pescado, como es el caso, se puede presentar de forma refinada para que a quien lo vea le entren ganas de comerlo inmediatamente, si es un restaurante el que lo anuncia. Si es el distribuidor o un pescadero del que su clientela conoce que la calidad del género que vende siempre es suprema, igual lo que pretende es llamar la atención con fotografías impactantes de producto para que su clientela compre una determinada partida de ese producto o que clientes que no lo consumen habitualmente, subyugados por las fotografías impactantes del producto decidan probarlo.
Si asociamos la imagen con algo que tengamos presente en nuestro subconsciente, habremos conseguido lo más importante: la identificación del consumidor con el producto que queremos venderle. O con una idea que yazga en su subconsciente.
El mensaje de esta fotografía es claro para quien la ve, porque en la vida, al final, todo se reduce a que el pez grande se come al chico o a la pescadilla que se muerde la cola.