Estoy seguro de que el título de “ética profesional en fotografía” va a llevar a más de uno a pensar que en este artículo voy a tratar de paparazzi. Pues no en concreto; pero sí lo voy a hacer de los fotógrafos profesionales en general y de las maneras de proceder por parte de alguno de ellos.
Todos sabemos que el negocio de la fotografía lleva varios años cambiando de forma acelerada desde que se impuso la fotografía digital y su utilización por todos los estratos de la población; también por la importancia de Internet como vehículo de transmisión de información y de herramienta de promoción comercial.
Desde hace algunos años existen plataformas en Internet que por cierta cantidad de dinero mensual o anual ofrecen a los fotógrafos oportunidades de negocio. Es decir: a estas plataformas escriben personas que buscan un fotógrafo para que les haga un reportaje de un evento determinado: una boda, un congreso, un cumpleaños…
https://www.fotografo-profesional.net/portfolio/fotografia-de-eventos/
Unas plataformas simplemente tienen un escaparate en el que los fotógrafos se anuncian y son los demandantes los que eligen con quiénes se ponen en contacto según la información y los trabajos que más les han gustado de los profesionales de la imagen que se anuncian.
Otras plataformas limitan cada demanda a tres, cuatro o, como mucho, cinco profesionales a los que facilitan la información personal de los clientes (nombre, teléfono, correo electrónico…), y son los fotógrafos los que se ponen en contacto con los posibles clientes.
El caso es que al principio del mes pasado envié un presupuesto a una persona interesada en que le hicieran un reportaje de un evento a una pareja de amigos. En concreto se trataba una fiesta privada. Al cabo de tres días recibí un correo electrónico de la solicitante en el que me expresaba que contaba conmigo para el reportaje y me facilitaba la hora y la dirección del local donde se iba a desarrollar la fiesta al final del mes.
Llegado el día de la fiesta me presenté en el local un poco antes de la hora convenida, encontrándome con la sorpresa de que ya había allí otro fotógrafo entre los invitados más madrugadores. Cuando llegó la persona que me había dicho por correo electrónico que contaba conmigo para el reportaje también quedó sorprendida de que estuviéramos allí dos fotógrafos. Cuando le dije mi nombre me respondió que sí, que pensaba que yo le iba a hacer el reportaje. “Pero yo tengo un contrato firmado”, replicó el otro fotógrafo, “y ya he cobrado el reportaje”. Y se puso a hacer fotografías del evento.
Para intentar comprender qué había sucedido estuve hablando con la joven y llegué a las siguientes conclusiones:
A principios de mes ella había visto mi trabajo y mi presupuesto, le habían gustado y me había escrito para decirme que contaba conmigo. Diez o quince días después, el otro fotógrafo la había llamado por teléfono para ver cómo estaba el asunto del reportaje. Al decirle ella que ya estaba contratado el fotógrafo le dio a entender que era él la persona con la que había contactado para hacerlo, le dijo que tenían que firmar un contrato y que le tenía que abonar el importe total del reportaje. Con esto se aseguraba que el reportaje lo iba a hacer él. Sí o sí.
La chica estaba seriamente afectada al comprobar que el reportaje no lo iba a hacer la persona que ella creía que era con la que había firmado el contrato. “Pero, ¿el contrato estaba a mi nombre?”, le pregunté. “No. Al de una empresa, pero pensé que era tuya”, me respondió. Comprendí que aquel fotógrafo había actuado con premeditación y alevosía para hacerse con ese reportaje. “Muy mal lo tiene que estar pasando…”, me dije. Aunque quizá sea su modus operandi habitual. A mí no es que me sobre nada en este momento, pero no me parece correcto hacerse con un trabajo de esa manera. No dice nada sobre su ética profesional. Porque era profesional, no era ningún aficionado. De entre cincuenta y sesenta años, con el equipo de primera marca y modelo profesional y con maneras de profesional al tomar las fotografías.
Mi error fue no pedir una señal a la clienta a cuenta del reportaje cuando me dijo que quería que lo hiciera yo, pero eso no justifica la forma de actuar de la persona que me arrebató el reportaje. En un reportaje de boda, que cuesta una cantidad considerable, es obvio pedir un tanto por ciento del total como señal, pero en un reportaje de dos horas no lo suelo hacer siempre. A partir de ahora van a cambiar las cosas.
Hace veintiséis años que hice mi primer trabajo como fotógrafo profesional. Y llevo once trabajando por cuenta propia. A mi edad la vida me ha dado ya bastantes puñaladas, pero nunca me había sucedido algo así. Por esa cantidad…
Si estás empezando en esto de la fotografía profesional, ya sabes cómo está el panorama…