Cuando hago un reportaje fotográfico de boda, tanto si es en Madrid como en cualquier parte del Estado, me gusta que las fotografías que tomo sean lo más naturales posibles. Lo considero esencial en un fotógrafo profesional de bodas, por lo que evito, siempre que es posible, los posados.
Es imposible eludirlos cuando alguno de los invitados a la boda te pide una fotografía de grupo porque quiere tener una imagen con uno o varios parientes o amigos con los que hacía años que no coincidía; o simplemente para que quede constancia de cómo se encontraba en ese evento cada persona del grupo inmortalizado en la imagen. En el resto de los casos huyo de los posados. Valoro más capturar momentos espontáneos.
Sin embargo, hoy en día hay un gran enemigo del naturalismo: los teléfonos móviles. En cualquier momento de una celebración siempre va a haber alguien grabando un vídeo o tomando una fotografía con un teléfono móvil. Algo que “ensucia” la naturalidad de una imagen. Pese a que suelo advertir a los novios de que avisen a los invitados de que no es necesario que fotografíen todo porque para los instantes más relevantes ya va a haber un fotógrafo profesional de bodas que va a estar en el lugar más apropiado y con el equipo profesional adecuado para captar la instantánea nunca lo consigo.
Pues en vez de relajarse, disfrutar y utilizar el teléfono móvil para captar aquellas imágenes de su entorno más próximo que el profesional contratado no va a cubrir, siempre hay alguna persona portando un teléfono móvil en mitad de un encuadre en un momento significativo.
Sucede muy a menudo
Sirva como ejemplo la fotografía superior del momento del vals de un reportaje de boda. Indudablemente hubiera quedado mejor sin las personas que están grabando vídeo, pero, ya que están, queda como retrato costumbrista de las bodas de principios del siglo XXI donde todo el mundo quiere tener registrado absolutamente todo lo que sucede delante sus ojos aunque haya un fotógrafo profesional de bodas.
Grabo, luego existo.